Martescito de recomendaciones: filosófico que flipas
Me pongo a pensar en cosas mientras hago castillos/tartas de arena.
Aviso: escribí esto en el pasado porque en algo tenía que aprovechar el verano y el tiempo muerto de la lactancia sin Instagram, ahora que han bajado las temperaturas pega algo menos pero vamos a hacer como que todavía es verano porque además es que lo sigue siendo.
Te escribo desde la playa. Prometí escribir más en verano y aquí me tienes, haciendo castillos/tartas de arena… La única forma que justifica que me dé el sol, porque el resto del tiempo sigo el consejo de mi hijo: el suelo es lava y yo tengo que buscar tendido sombra.
Ahora lo tengo ocupado (al niño) y yo solo pienso: uf, qué relajante es esto, parece meditación, de aquí me sale un martescito filosófico que flipas.
Pero no me apetece ponerme a hilar pensamientos. Encadenar frases cortas y largas para parecerme a Nada Importa. Tengo arena en lugares que yo desconocía que pudiese tener, así que la escritura preciosista se me hace como muy alejada ahora mismo. No sé si a Nada Importa también le escuecen los muslos tras un día de playa.
Además, no todo es divagar y hacer introspección porque ser madre también me quita tiempo en estos momentos de aparente ocio; el niño está, más que ocupado, preocupado: se empeña en hacer un agujero con una pala como de enterrador pero de colorines y las olas, qué remedio, lo llenan cada poco.
Sobre la pala, un inciso: me inquieta que el otro día viese una igual pero con palo metálico (el suyo es de madera) y me dijese que esa era la que necesitaba, mucho más chuli. ¿Acaso está pensando deshacerse de mí de la forma más tradicional que existe? Eso o que su ya legendaria pasión por las obras ha dado un paso más allá y su objetivo ahora es hacerlas y empezar por un socavón porque es lo que vemos mucho en Madrid. Si empieza a querer talar árboles lo apunto a alcalde.
Vuelvo en mente, cuerpo y Martescito a la playa. Intento explicarle lo que es el arte efímero y que la gracia de lo que hacemos en la orilla es que lleva haciéndose y deshaciéndose años. Lo hago desde la superioridad moral que me tengo más por vieja que por diablo, yo también creí hacer piscinas para la eternidad que duraron un nanosegundo, así que mis castillos/tartas están unos centímetros más lejos, a salvo de las olas.
“Me molesta muchísimo esto”, me dice. Sonrío porque cada vez usa expresiones más de mayor pero la vida es tan misteriosa para él como siempre. No le he dicho lo del arte efímero porque él quiere ser inmortal y no le voy a venir yo a decir que lo chuli chuli no es una pala de metal sino el mar siendo mar aquí o en cualquier parte del mundo donde se encuentra con la arena. La inmortalidad oceánica. La posterioridad de estar donde otros estuvieron y estarán… Y ahí se me rompe el momento zen: pienso que en nada las olas se llevarán casas y cosas para siempre por el calentamiento global y no tendrá tanta gracia. Me genera el mismo desasosiego que a él pensar que todo lo que hemos hecho y haremos pueda ser arrasado, y no sabemos exactamente cuándo ni cómo.
Casualmente, y digo casualmente pero creo que es el director del show de Truman que yo protagonizo buscando el momento epifanía: cuando tengo tres de mis seis castillos/tartas preciosos, con churretes por encima y piedras y conchas adornando su base, llega una ola que me los deshace, casi se lleva mar adentro mis palitas, la pala de enterrador, arrasa mi bikini por dentro con más arena y me deja como una croqueta.
Al final, en lo único que tengo razón es en que me iba a quedar un Martescito que flipas.
Pasta con atún rojo
Estando en la universidad, una amiga me enseñó mundo: la pasta con una lata de atún, tomate frito y aceitunas, aseguraba que la había contado en la tele Cristina Almeida. En mi universidad tenías que ser rojo hasta para cocinar, ya te digo que me descubrió cosas que no había visto jamás. Yo empecé a hacerla (la pasta, la política, por mucho que haga yo de pikipiki, me da bastante igual) y como Pedro pasó a ser mi ‘actual novio’ de entonces, los cociné para él, claro, era yo una Roro primigenia, y entonces pasaron a llamarse ‘Espaguetis Ara’. Adiós a Cristina Almeida. Aún los hago de vez en cuando y me siento universitaria de nuevo cada vez.
Todo esto para decirte que cada vez que veo ‘noodles con atún’ en una carta pienso que es esa receta pero no, es una versión mejorada. En Madrid hay un sitio secretamente famoso por esto, Toga, en el que tuvieron ese plato fuera de carta durante mucho tiempo y es tan famoso que tienen hasta camisetas en su honor. Tan famoso que tuvieron que abrir Toguita para dar cabida a más gente…
Pero esta semana he contabilizado tres sitios más que combinan pasta con atún rojo:
Bardero: cuenta la leyenda que alguien de este restaurante está relacionado de alguna manera con Toga. Tienen noodles con atún rojo pero muy diferentes a los otros, van en frío y a mí particularmente me gustan igual. Soy de fácil conformar, especialmente porque aquí son estratosfericamente simpáticos (sí, con esto quiero señalar que en Toga no, al menos las últimas veces que he ido) y el resto de la comida es increíble (en eso van a la par).
Gustazio: un italiano al que no voy tanto como me gustaría, no sé por qué, porque lo tengo bien cerca. En este caso hacen los carbonara con atún rojo (entre otras cosas). Uf, increíbles de buenos, pero también el resto de pasta y pizzas.
Ginos: no los he probado pero me lo contó mi compi Marta el otro día (fan también de Toga y Bardero). Ahora hacen pasta con atún rojo. Habrá que probarlos evitando comparaciones porque los otros tres que recomiendo están en un nivel de calidad muy top y Ginos es una cadena, pero ojo, que a mí sus macarrones al horno con chorizo siempre me han encantado.
Una sudadera preciosa en la sección niños
Esto lo saqué en Cuore y luego en mi Instagram (aprovecho mis minutos al día en esa red social para compartir mis tonterías, evidentemente). Y evidentemente, como me pasa siempre, acabé comprándome aquello que recomendaba.
Se trata de esta sudadera de la sección de Zara niños que es preciosa y que, la verdad, voy a llevar muy contenta porque el año que viene (si todo va bien), vamos a ir a París… Es la primera vez que viajamos en familia fuera de España, me hace una ilusión tremenda.
La mejor recomendadora de París
Aún no he empezado a preparar el viaje (solo le he pedido una recomendación a mi amiga Patri porque viaja mucho allí por trabajo) y tengo medio claro que ir a París con niños solo puede incluir pasar al menos un día en Disneyland Paris y que Óliver pueda enseñarle a su padre cómo casi lo pisan en Ratatouille, llevamos casi dos años recordándolo (fuimos a un viaje de prensa él y yo solos y le da cosa que su padre no lo viviese con nosotros, yo creo). Que nadie malinterprete mis palabras; a Disneyland voy un poco por los niños y un mucho por mí, el lugar más feliz de la Tierra tan cerca merece una visita y más si coincide con mi cumpleaños.
Bueno, que me lío. Que cuando empiece a organizar bien el viaje lo que más más ilusión me hace es empaparme de todas las recomendaciones de Le cahier de Lola (que como dato curioso es la hermana de mi amiga Macarena Gea, gente que lleva lo de hacer las cosas bien en los genes): voy a tener que instalarme Instagram y todo pero es que llevo años guardándome todo lo que comparte y ahora es el momento. Superrecomendable seguirla aunque no vayas a ir pronto a su ciudad, la verdad.
Un libro pop
La semana pasada causó sensación aquí el documental de Lou Pearlman: sabía yo que estaba rodeada de buena gente en esta newsletter. Por eso ahora recomiendo un libro (en inglés, que yo sepa no está editado en español), que leí hace años (lo saco en su Insta Las voces de Wed y siempre hemos tenido gustos muy afines así que me lo compré). Se llama ‘The Song machine: inside the hit factory’: cuenta un poco el negocio detrás del pop y a mí me resultó muy interesante porque no tenía ni idea. Es muy ameno.
Nick Drake: música para ponerse en modo otoño
Ya sé que he dicho lo que he dicho sobre el verano y que hay que hacer como que aún no es otoño pero ese era el inicio de esta newsletter, ahora ya estamos por abajo y es otra historia. Cada vez que quiero activar el modo fin de semana en casa pongo esta música mientras desayunamos. Ya sé que mencioné su existencia hace mucho tiempo, en la vida prevacacional, pero permíteme que insista. Nos gusta tanto que los reyes me trajeron hasta el vinilo. No hay mucha música de Nick Drake porque el pobre, melancólico, se suicidó. Descubrí todo esto a la vez leyendo un libro de Elvira Lindo (‘Noches sin dormir’), que lo recomendaba mientras paseaba y se despedía de Nueva York y avisaba de su trágico final (el de Nick). Quería poner el extracto concreto pero no consigo encontrar el libro en mi estantería: añadir tarea de ordenarlo alguna vez a mi lista de pendientes. Me acuerdo de él porque es la época y porque los Hanson han sacado una versión de ‘Pink Moon’ que me da mucha rabia porque quería que me gustase pero es que, sinceramente, parece hasta que se están riendo de él.
Pero vamos, que su música es relajadita y bonita, perfecta para una mañana tranquila en casa: si no tienes niños pequeños, igual lo consigues.
Hasta aquí, el martescito de hoy, editado in extremis porque las semanas empiezan otra vez a coger un ritmo vertiginoso.
Gracias por leerme.
Aiinnnsss que no se acabe el verano por favor, me has hecho viajar a la playa de nuevo al principio de las vacaciones y sólo pienso que mucha IA pero lo que molaría un botón para viajar el tiempo y que aún no este inventado...... por favor ingenierxs del mundo "pónganse manos a la obra".
El otoño que espere un poquito por favor.
Qué bonito amiga... me has transportado de nuevo a la playa y a lo efímero del verano y en definitiva de nuestra existencia... a ver que me ha quedado un poco drama, pero lo que es es.
El otoño es muy fotogénico y me encantan las sudaderas pero: no estoy lista, aún no.