Cuando jugábamos al parchís por las tardes en casa.
Las partidas de parchís a distancia.
Los puzzles por las noches.
Cuando dije que me gustaban los donuts sin agujero y me los compró por kilos.
Ella quería un reloj de KitKat y comimos kitkats a montones. Luego fue un Beeper y bebimos litros de Coca-Cola. Ese era el modus operandi.
Cuando me vino la regla y me compró el disco de los BSB para que no estuviese triste.
Unas rebajas quería quitar una chaqueta de un maniquí.
El día que dijo: “¡Corcho, un enano!” Y era un niño.
La llamé la tarde de mi boda: no tengo bragas. Me dijo: “Intenta entrar en las que tienes, que estoy tomándome algo”. Entré, porque intuía que ese tomarse algo no acabaría yendo a una tienda a comprarme bragas.
Lo mucho que le gustaba Mafaldita.
Y todos los tebeos. Por eso me llamaba Curruquita.
El día que se puso a ver la serie de los que viajaban en el tiempo pero solo 4 días con Pedro.
Las partidas al UNO.
Cuando compró un UNO para la piscina porque así se desgastaba menos pero era imposible usarlo.
Cada vez que le decía que me había pegado el catarro. Incluso viviendo lejos.
Su Renault 5, MEL, que tenía una mancha de una chuche derretida. Su Ibiza, donde sonaba el ‘Corazón partío’ en bucle.
Cuando vimos la cinta que nos grabaron de ‘Friends’ demasiado rápido porque no sabíamos dosificar. Binge watching primigenio.
Cada vez que abría la pitillera y sabías que iba a sacar dinero para darte.
Que llevase pitillera.
Su letra, tan chula como ella.
Llamarla todos los días a las 9, la lotería: no sabías el mood que ibas a encontrar ni el tiempo que iba a durar esa llamada.
Cuando hacíamos la tarta que parecía una planta y siempre era ella la que se comía la tierra para dejar a todo el mundo loco.
En mi boda, cuando pasó más rato fumando con los chicos que en la mesa sentada.
Cuando me hizo (por fin) pimientos rellenos.
La broma de “cuando me muera, tendrás que buscar las joyas”. Nunca me hizo el croquis para encontrarlas.
Cuando medía mi altura con ella y finalmente acabamos midiendo exactamente lo mismo.
Las interminables sesiones en el mercado y comprando pescado “donde Laura”.
O comprando telas. O cosas de coser.
Cuando se quedaba hablando con las amigas en la puerta del cole al mediodía y un día casi no nos dio tiempo a comer y volver.
Cuando me decía: “Hija, llueve mucho, hoy no vayas al instituto”.
Cuando sí iba pero aparecía por sorpresa a buscarme en la puerta para llevarme a casa.
La de veces que se quedó tirada sin gasolina.
Cuando dijo “me ha tocado un kilo” y mi padre pensó que se refería a un premio en el supermercado y no 6000 euros.
La vez que hizo lentejas sin lentejas. Creo que fueron dos. Y café sin café. Creo que fueron más.
Su cocido, siempre extra para llevarme tupper. Su lasaña. Sus croquetas. Su tortilla. Sus rosquillas. Sus torrijas. Sus frixuelos. Sus tostas con solomillo y foie. El guiso de salmón y patatas que hacíamos en una cazuela que únicamente utilizamos dos veces porque se cansó de sacarla. La crema pastelera. Los filetes rusos. Hasta su menestra me comería ahora.
[La pena que siento es tan impredecible que escribir sobre el plato que más he odiado en mi vida me ha hecho llorar]
Su elegancia comiendo sardinas.
Sus uñas siempre largas y pintadas (de rojo, a poder ser).
Cuando me sentaba a quitarle puntos negros y luego decíamos que parecía otra.
Su capacidad para leer y leer y leer. Y llegar a tener 20.000 libros en casa contabilizados.
Y ver todas las series de médicos, policías, forenses. Ay.
Los disfraces tan poco comunes que me hacía: de Mamachicho, de Alaska, de conejita de Playboy.
El día que fuimos a preguntar por una cazadora de piel y no nos hicieron caso, así que volvimos pero vestidas todas lujosas y no solo nos hicieron caso sino que se la compró.
Su manera de hablar, de decir palabras como “corcho”, “exquisito” o “faena”. La manera en que nosotros nos referíamos a ella como La Chati.
Un día me prohibió decir que alguien era “borde” porque significaba “hijo de puta”. Aún lo digo pero con miedo a que en el fondo tuviese razón.
Cuando enseñaba mis notas de pequeña en las que ella misma decía que yo era muy habladora y que había que tener mano dura.
Cuando me dejó en la guardería y le pregunté: “¿Ahora qué vas a hacer sin mí?”. Le encantaba esa historia.
Todas las veces que me llevó a la radio.
Sus bolis de colores, olores, formas y sus millones de libretas y libretitas. Luego hace poco le pedí que me dejase una y dijo que no tenía.
Cuando el Super Mario 3 era suyo y no nos lo dejaba demasiado.
Y luego le enseñamos a Lara Croft y se quedaba durante horas sin conseguir salir de una esquina.
Cuando prácticamente participó en el golpe de Estado.
Sus historias de Keeper de madrugada.
El día en que vio una peli de Antena 3 y me insistió en que tuviese cuidado porque a veces “pasan cosas”. Nunca supe cuáles.
Cuando decía que era una niña bizca y se le arregló con unas gafas.
También tuvo la época de decir que era una niña robada, todo encajaba en su cabeza.
Su amiga Amor, que siempre creímos que fue imaginaria.
Cuando no podía disimular que mi hermano era El Bueno, aunque yo era su amiga.
La manera de poner su nombre a todo. Y cuando no, marcar con pintauñas sus pertenencias.
Dejó de fumar durante un mes por hipnosis: hizo de nuestras vidas un drama y se quitó el reloj por considerar que ya no iba a tener más ataduras. Volvió porque los demás lo necesitábamos.
Cuando le regalé las entradas para el concierto de Serrat y Sabina y volvió feliz porque se había comprado un mini.
Toda la ropa que me hacía.
Cuando estos Reyes le pedí unos botines de leopardo y le pregunté: “¿Te gustan?” Y ella dijo: “A la que creí que no le gustaba el leopardo era a ti.”
Sus “ve con cuidadito”.
Y todas las páginas y páginas de recuerdos que podría llenar, porque aunque la “faena” de dejarme solita me la ha hecho ella, tengo anécdotas a puñados.
Cumplo todos los tópicos: del duelo, de la tristeza y de avisaros de que la vida se esfuma antes de que nos demos cuenta. Que hagáis esa llamada. Yo, por suerte, la hice (de casualidad) y lo agradeceré toda la vida.
Te quiero, amiga.
* Este no es un martescito (no es ni martes) al uso y pido perdón de antemano. Especialmente a la (mucha) gente nueva que hay por aquí. Vinisteis por las recomendaciones y os llevasteis drama. Pero necesitaba hacer un homenaje a mi madre, a la más divertida, la detallista, a la que tanto echamos ya de menos. Ojalá la hubiéseis conocido, y si lo hicisteis, ya sabéis que me quedo hasta corta.
** Los martescitos volverán a su programación habitual cuando tenga un poco más de ganas. En ese momento, haced como que aquí no ha pasado nada.
Te mando un abrazo enorme, acabo de descubrirte a través de Bea Crystals por tu último post, y después de leer este, no solo no me voy, sino que me quedo más convencida aún. Mucho mucho mucho ánimo en este momento tan duro ❤️
Amiga, sin conocer a la Chati he reído y llorado recordándola y de verdad... ojalá haberla conocido. También para decirle que ha hecho un gran trabajo con su amiga. Que eres un regalo que algunos tenemos la suerte de disfrutar (a distancia) y que no dejaremos que pierdas esa chispa.
Te quiero mucho Ari, siento muchísimo que tu madre nos haya dejado y no poderte abrazar fuerte para que con el shock del momento te deje de doler el corazón unos segundos. Pero estoy contigo amiga.